Unidad 7:
literatura salvadoreña: romanticismo y costumbrismo.
Introducción
En esta unidad el alumnado se enfrentará a
las principales manifestaciones de la literatura en El Salvador de la primera
mitad del siglo XX. El componente Lengua se propone afianzar y ampliar la
reflexión sobre la estructura de las proposiciones adjetivas. En el componente
Expresión se pretende generar una actitud reflexiva y crítica ante los
programas televisivos, que permita al alumnado discriminar aquellos que en nada
contribuyen a su formación humana, de los que sí son valiosos e importantes.
Literatura.
Objetivos:
Que el alumno o la alumna pueda:
1. Reconocer y diferenciar las principales
características de la literatura de El
Salvador de la primera mitad del siglo XX.
2. Crecer en hábito, sensibilidad y gusto por la
lectura de obras de este periodo, y descubrir cómo, además, son una vía para
comprender la historia de El Salvador.
3. Crecer en la habilidad para analizar y
comentar textos literarios del periodo y para sistematizar el producto en
comentarios y composiciones elaborados con sentido de creatividad y buen uso
del idioma..
Contenidos:
1. Sociedad y cultura en E. S.
durante la primera mitad del siglo XX.
2. Los fundadores.
3. Del costumbrismo al cuento fantástico.
4. La poesía.
1. Sociedad y cultura en E. S. durante la
primera mitad del siglo XX
De la república cafetalera a los
gobiernos militares. Al iniciarse el siglo XX encontramos a El Salvador expandiendo el
ciclo del café. El producto de este arbusto (de no más de 4 metros de altura, de
hojas aovadas, verdes y lustrosas) se convierte en la base fundamental de la
economía nacional, ya que se cultiva con fines de exportación. Este producto
agrícola llega a Europa y Estados Unidos, por lo que nuestro país se vuelve
dependiente fundamentalmente de la producción y exportación del café.
Dada la gran
importancia del café, es lógico que los cafetaleros tienen el control económico
del país, lo que los lleva a adquirir el control político. Para 1903 llega al poder
el civil Pedro José Escalón, un cafetalero de Santa Ana, en cierta forma
impuesto por el general Tomás Regalado. Pero al finalizar su período llega un
militar al poder: el general Fernando Figueroa. Vendrá luego el doctor Manuel
Enrique Araujo. Y llegan otros presidentes, y de pronto nos encontramos con el
general Maximiliano Hernández Martínez. Recibe el poder en diciembre de 1931,
dando inicio a 13 años de amargura. Al siguiente año, 1932, reprime una
insurrección en occidente, produciendo miles de muertos. Después vendrían otros
militares: Castaneda Castro, Osorio...
Descubriendo las bases de la
nacionalidad. Antes del siglo XX, lo que hoy es
Centroamérica era una sola nación; y aunque se hacen intentos por la
reunificación, al llegar el siglo XX la aspiración unionista pierde fuerza, y
poco a poco se va convirtiendo en una simple idea condenada al olvido a medida
que cada uno de los países integrantes va adquiriendo una conciencia nacional.
Cada vez más los individuos se sienten menos centroamericanos y van adquiriendo
una indumentaria nacionalista: yo soy salvadoreño, yo soy de Guatemala... Esta
concepción nacionalista se irá acentuando por varios factores. Uno de ellos son
las guerras continuas entre las naciones centroamericanas. Con Guatemala, para
el caso, El Salvador sostuvo una guerra, liderada por el general Tomás
Regalado, quien pretendía abrirse paso hacia el atlántico.
2. Los fundadores.
En lo cultural,
el siglo XX se inicia con tres figuras estelares que se acercan a su madurez
intelectual: Francisco Gavidia, Alberto Masferrer y Arturo Ambrogi. Estos
hombres son considerados los fundadores de los nuevos movimientos culturales.
4
Francisco Gavidia y la búsqueda
de una literatura con raíces nacionales. Don Francisco Gavidia nació en San Miguel, de donde se trasladaría a
la capital. Pero a los 22 años viaja a París, donde su admiración por Francia,
su idioma y su poesía se incrementaron. Fue Gavidia un poeta extremadamente
culto, y su poesía se desarrolla desde lo romántico hasta lo clásico.
En El libro de los azahares, Gavidia revela al lírico
puro, al becqueriano con sus pensamientos siempre atados a la imagen de la
mujer que ama. Por su parte Los aeronautas, es un poema
que dedicó a la gloria de Santos Dumont, el pionero brasileño de la naciente
aviación. Pero Gavidia no se perdería en una poesía ajena a nuestra realidad.
Si bien se nutrió de autores extranjeros, logró descifrar la riqueza de nuestra
tradición cultural indígena. Gavidia se propuso rescatar dicha tradición y
convertirla en una fuente literaria muy importante.
u En su cuento La loba, Gavidia
nos hace recordar aquellas historias en las que seres humanos son capaces de
transformarse en animales (zoomorfismo). Conozcamos este cuento.
Resumen de La loba. Cacahuatique es un pueblo en que se ve
palpablemente la transición del aduar indígena al pueblo cristiano... Todavía
recuerdo el terror infantil con que pasaba viendo al interior de una casucha
donde vivía una mujer, de quien se aseguraba que por la noche se hacía cerdo.
Esta idea me intrigaba cuando al anochecer iba a conciliar el sueño y veía la
cornisa del cancel de la alcoba; cornisa churrigueresca que remedaba las
contorsiones de las culebras que se decía que andaban por ahí en altas horas.
Pensaba también en que podía oír los pasos que se aseguraba que solían sonar en
la sala vecina y que algunos atribuían al difunto presidente (Gerardo Barrios)
Esta
mujer bruja, cuyo nombre es Kola, pretende casar a su hija Oxil-tla (Flor de
Pino) con un cacique. Pero éste no la acepta por ser la dote muy pequeña. Dice
el cacique: Oxtal, señor de Arambala, tiene tantas esposas como dedos tiene
en las manos; cada una le trajo una dote de valor de cien doseles de plumas de
quetzal y de cien arcos de los que usan los flecheros de Cerquín. Tu paloma no
puede ser mi esposa sino mi manceba.
Kola
le dice al cacique: Tus ojos son hermosos como los del gavilán y tu alma es
sabia y sutil como una serpiente: cuando la luna haya venido a iluminar el
bosque por siete veces, estaré aquí de vuelta. Cada hijo que te nazca de esta
paloma (su hija) tendrá por anual una víbora silenciosa o un jaguar de
uñas penetrantes. Los mozos que van a mi lado a las orillas de las cercas a
llamar por boca mía a su anual, fiel compañero de toda su vida, atraen a su
llamamiento a los animales más fuertes, cautelosos y de larga vida.
Mientras
Kola se afana en reunir la dote, Oxil-tla se enamora de Iquexapil (perro de
agua): el hondero más famoso que se mienta desde Cerquín a Arambala.
Kola,
desesperada por casar a su hija con un cacique, llama en su auxilio al diablo
Ofo, con todo su arte de llamar a los anuales.
Una noche que amenazaba tempestad fue a la selva e invocó a las
culebras de piel tornasol; a las zorras que en la hojarasca chillan cuando una
visión pasa por los árboles y les eriza el pelo; a los lobos, a los que el
espíritu de las cavernas pica el vientre y les hace correr por las llanuras; a
los cipes que duermen en la ceniza y a los duendes que se roban las mujeres de
la tribu para ir a colgarlas de una hebra del cabello en la bóveda de un cerro
perforado y hueco, del que han hecho su morada. La invocación conmovía las
raíces de los árboles que sentían temblar.
Ofo,
el diablo de los ladrones, se presentó y la bruja Kola volvió muy contenta a su
casa. Pronto se hablará de muchos robos en la tribu. Era Kola que, convertida
en loba, robaba y hasta mataba.
Esta
es la forma en que Kola se volvía loba: coloca una sartén en una hoguera en el
centro de la casa, da saltos horribles, invoca a Ofo y luego, sobre la sartén,
vomita su espíritu en forma de un líquido opalino. Entonces queda convertida en
loba.
Cierto
día, mientras la loba andaba robando, Oxil-tla descubre aquel líquido y lo
arroja a la hoguera. A la madrugada, la loba husmea toda la casa, va, se
revuelve, gime en torno, busca en vano su espíritu. Pronto va a despuntar el
día. Oxil-tla se despereza, próxima a despertarse con un gracioso bostezo. La
loba lame impaciente el sitio en que quedó el tiesto sagrado. ¡Todo es en
vano!: antes que su hija despierte gana la puerta y se interna por el bosque
que va asordando con sus aullidos. Aunque volvió las noches subsiguientes a
aullar a la puerta de la casa, aquella mujer se había quedado loba para siempre.
Oxil-tla fue esposa de Iquexapil.
Estas formas tomaba la moral en los tiempos aduares(de indios americanos).
4 Alberto Masferrer y la ética social. Don Alberto Masferrer asume, como parte del compromiso social (ética
social) del escritor, denunciar las injusticias sociales. En Centroamérica,
Masferrer es el primer escritor que, respondiendo a una ética social, se lanza
a la aventurada tarea de denunciar la explotación de las grandes mayorías por
unos pocos. Tomó un camino inédito, un camino alejado de aquella soledad
tranquila que hace brotar los mejores versos o las mejores adulaciones para los
gobernantes de turno. No. Masferrer denuncia las injusticias sociales. Por esto
se le considera uno de los grandes humanistas que hemos tenido los
salvadoreños.
Por supuesto que
Masferrer no nos habla de quitarle al rico para darle al pobre. El asume la
diferencia entre los seres humanos, pero establece como punto de apoyo la
fraternidad. En su ensayo titulado El mínimun
vital, el mínimo de vida o lo necesario que debe
tener un ser humano, Masferrer establece que todo ser humano debe contar con lo
necesario para su desarrollo, pero que a partir de ahí cada cual progresará
conforme a sus propias facultades naturales. La doctrina de El Mínimun vital trata de ser una extensión de
la familia a la sociedad. Conozcamos parte de su obra.
Fragmentos de El Mínimun vital.
En la situación exasperante y deshonrosa a que han
llegado, y en la cual se han estancado casi todos los pueblos; en esa situación
de lucha cruel y acérrima en que los millones acumulados surgen de la opresión
y de la ruina de los hambrientos; en que atesorar es una palabra sagrada, y en
que la envidia, disfrazada de reivindicación, acecha impaciente el momento de
trastornar, de manera que los miserables de hoy sean los opulentos de
mañana..., es natural que algunos hombres de sentimientos delicados surjan de
todas partes, y busquen ansiosos un camino de reconciliación, una fórmula que
renueve la alianza entre hombre y hombre, entre hermano y hermano, y sobre lo
cual, con sentido nuevo y verdadero, pueda lucir una vez más la palabra Dios.
En busca de esa fórmula los pueblos y sus
conductores se han extraviado a veces lamentablemente, y las más dolorosas e
irrazonables exageraciones han sido aceptadas como doctrinas salvadoras. ¿A
dónde han conducido? Al odio de clases, al rencor de los que padecen, a la
organización de los que están abajo preparando el día del desquite. Y cuando
llegue (que será cuando los de arriba hayan agotado los medios de opresión y
represión), tendremos el mismo desorden, la misma construcción malvada y estúpida,
en que sirve de cimiento el esclavo y de coronamiento el señor.
El mínimun vital dice al trabajador, al proletario, al asalariado:
confórmate con lo imprescindible; conténtate con que se te asegure aquello
indispensable, sin lo cual no podrías vivir; esfuérzate para erigir sobre esa
base mínima el edificio de tu holgura y de tu riqueza, y así descenderás o
ascenderás según tu esfuerzo, según tu disciplina, según la firmeza de tu
voluntad. Y al poseedor, al rico, le dice: consciente en que haya un límite
para tu ambición, conténtate con que se te dé la libertad para convertir en oro
el árbol y la piedra, pero no la miseria, no el hambre, no la salud, no la
sangre de tus hermanos. Traza una línea máxima a tus adquisiciones, y no pases
de ahí, para que no te desvele el odio de tus víctimas; para que te dejen gozar
en paz, riendo y cantando, de lo que atesoraste.
Definido concretamente, mínimun vital significa LA SATISFACCION CONSTANTE
Y SEGURA DE NUESTRAS NECESIDADES PRIMORDIALES.
Necesidades
primordiales son aquellas que, si no se satisfacen, acarrean la degeneración,
la ruina, la muerte del individuo. La salud, la alegría, la capacidad de
trabajar, la voluntad de hacer lo bueno, el espíritu de abnegación, en fin, en todas sus manifestaciones, están vinculadas a la
satisfacción constante, segura, íntegra, de tales necesidades.
Por el simple hecho de ser traído a la existencia,
un niño adquiere plenos derechos a la vida íntegra, y todas las fuerzas
familiares y sociales deben subordinarse a la necesidad de procurarle esa vida
íntegra. Sus padres, la comuna, la provincia, el estado, han de constituir para
él una cuádruple paternidad, a fin de que esa vida que se inicia adquiera su
máxima potencialidad, y llegue a ser un día la justificación de sus progenitores,
del medio social que le formó, y la redención de aquellos entre quienes va a
florecer.
Necesitamos repetir una y otra vez, que el mínimun
vital no es Beneficencia, sino Derecho, y derecho primario y absoluto. No es el
estado dando escuelas y otras cosas, “después de atender a la función
principalísima de defender la soberanía”, sino la Nación organizada como una
familia, en que se atienda a la función CAPITAL, PRIMARIA, de procurar vida a
todos sus miembros. Nosotros los vitalistas no queremos oír hablar de soberanía
ni de abstracciones de ningún género; queremos oír hablar de niños que comen
buen pan y toman buena leche; de gentes que van calzadas y vestidas de verdad;
de trabajadores que se nutren bien; de familias que viven en casa amplia,
soleada, aireada; en fin, de un pueblo fuerte, sano, vigoroso, alegre, cuya
religión es trabajar, y cuya recompensa es VIVIR.
POBREZA. La pobreza, dice Enrique George, “la
pobreza extremada es la más grande de las penas, porque es la causa de casi
todas las demás.”
LA
PENA DE MUERTE. Es innecesario discutir sobre la pena de
muerte; sólo exigiremos que el mismo juez
que la decrete, mate al reo con sus propias manos.
LA CIUDAD. Ha de haber, necesariamente,
un límite natural, un tamaño máximo para la ciudad, para la colmena humana. En
las colmenas de abejas y en las viviendas de los castores, cuando ya se alcanza
cierto límite, se forma una nueva sociedad... Así, creo que el número máximo de
personas que deben componer un grupo, debe ser, precisamente, tantos como puedan
conocerse y tratarse.
4 Arturo Ambrogi y la excelencia en la
expresión. Arturo Ambrogi nació en San Salvador en
1874 y murió en esta misma ciudad el 8 de noviembre de 1936. Fue director de la Biblioteca Nacional,
periodista prolífico y censor. Arturo Ambrogi es, sin duda, el mejor cronista
en la historia de la literatura salvadoreña, y quizás también el más riguroso
estilista. Ambrogi se forjó en prestigiosos diarios extranjeros: La Ley, en Chile, y El
Nacional, en Buenos Aires.
La crítica ha destacado
la precisión de Ambrogi para el detalle, su capacidad descriptiva, la elegancia
y propiedad de su prosa, en resumen: su excelencia en la expresión. Pero
Ambrogi es también un virtuoso en retratar personalidades.
En las evocaciones que Ambrogi hace de la vida en el San Salvador de
finales del siglo XIX encontramos un lenguaje fresco, que es la mezcla de la
nitidez en el trazo y de la acotación puntual. Y es que la prosa de Ambrogi es
sugerente y seductora.
Como escritor de cuentos, Ambrogi se ubica en la corriente denominada
costumbrista. Su Libro del trópico y El
jetón contienen instantáneas de la campiña salvadoreña, de
sus hombres y su paisaje; son el precedente indispensable de la corriente que
culmina con Salarrué.
Otras obras de
Ambrogi son: Bibelots (1893), Cuentos
y fantasías (1895), Manchas, máscaras y
sensaciones (1901), Sensaciones crepusculares (1904), Marginales de la vida (1912), El
tiempo que pasa (1913), Sensaciones del
Japón y de la China (1915), El segundo libro del trópico
(1916), Crónicas marchitas (1916) y Muestrario.
u El libro Crónicas marchitas
contiene una crónica titulada Una visita a Rubén Darío.
Resumen
de Una
visita a Rubén. Deambulando por las calles de
París, llego, en aquella húmeda mañana de otoño, hasta la plaza de la concordia,
a la propia entrada de los Campos Elíseos. Ha llovido un poco durante la noche,
y los castaños y los plátanos del paseo, que van botando sus doradas hojas,
están todos mojados y relucientes, y de las puntas de sus ramas negruzcas, caen
grandes gotas de agua que se estrellan contra el casquijo de las avenidas. En
el horizonte, hacia el poniente, la Torre Eiffel diseña, sobre el cielo descolorido,
su osamenta de hierro. Trompetean los autos que pasan veloces, camino del
Bosque, con sus cargas de elegancias. Llamo una victoria que pasa en esos
instantes y me dispongo a ir hasta la lejana calle Miguel Angel, con el
exclusivo objeto de hacer una visita a Rubén Darío.
Esta visita, al llegar, de paso, a París, más que la satisfacción de un
deseo, es para mí el sagrado cumplimiento de una obligación. Rubén Darío había
sido para mí, durante mi permanencia en Buenos Aires, en 1898, algo así como un
hermano mayor; y el cariño y la gratitud hacia el querido maestro perduraba,
viva, al través de los años. Era ineludible y grato, a la vez, que yo fuese
hasta Passy en su busca, para estrechar su mano, y en agradable intimidad,
evocar recuerdos de otros días. ¡Dieciséis años! Como quien no dice nada. En
esos dieciséis años han sucedido tantas cosas, los acontecimientos han
desarrollado con tanta rapidez sus films emocionantes, la vida sentimental ha
experimentado radicales transformaciones.
(Finalmente
Ambrogi y Darío se reúnen y conversan) Ahora, es la Argentina y los
argentinos el tema de nuestra conversación. La vida de Buenos Aires, vivida un
tiempo con intensidad, rememorada ahora con profunda melancolía, va desfilando
ante mis ojos. La evocación de Rubén es prodigiosa. Es el Buenos Aires que
entreveo en sueños, constantemente, como un paraíso perdido. El Buenos Aires,
en que pude luchar, y tal vez triunfar. ¡Ah! La voz de Rubén resuena en mis
oídos con la melancolía intensa de una romanza lejana.
Le interrumpo de pronto para preguntarle:
▬ ¿Leopoldo Lugones está aquí? Tendría verdadero gusto
en visitarle si usted me proporciona su dirección.
▬ No. Lugones está actualmente en Buenos Aires; pero me
escribe que muy pronto se embarcará de regreso. Viene con el objeto de fundar
una gran revista.
▬ ¿Y José Ingenieros?
▬ Ingenieros sí anda por acá: pero se encuentra ahora en
Suiza, en Laussane. Si quiere avisarle usted que está aquí, vendrá a París con
gusto. El hace siempre de usted muy buenos recuerdos.
(Años
después) Ahora, el invierno, cruel, implacable, ha tocado, por completo, con
sus dedos mortales en esa portentosa floresta. Rubén acaba de pasar, moribundo,
por nuestros puertos, a bordo de un barco yanqui, camino de Nicaragua. Va a
León, a su pueblo natal, a reclamar un tibio rincón en la casa solariega. Los
años le han abrumado. La enfermedad le ha herido mortalmente. Va triste. Va
solo. Va desilusionado. Quien pudo verle, tendido en una ancha silla de lona,
sobre cubierta, frente al mar, volviendo la espalda a la tierra, como en un
gesto de altivo desdén, me dice que es solamente un cadáver el que algunos
devotos llevan allí. ¡Pobre Rubén! Tiembla ante la idea de la muerte, como un
niño ante la puerta de una estancia oscura. Y cuando sonríe, forzadamente, por
no dejar, hay en su sonrisa tal condensación de honda amargura, que más que
sonrisa aquello parece una mueca.
u En Muestrario encontramos un
relato titulado Los ruidos de San Salvador,
que es un relato en el que Ambrogi hace evocaciones de la vida en el San
Salvador de finales del siglo XIX.
Los ruidos de San Salvador. Como San Salvador se acostaba temprano, casi
casi con las gallinas, estaba con los ojos abiertos antes del alba.
El primer ruido que sacudía la atmósfera matinal, era el del paso de
los machos de los lecheros que llegaban de las finquitas y chacras de los
alrededores trayendo la leche. Trotaban los machos, al estímulo de los aciales;
y el golpear de sus cascos en el empedrado, resonaba con estrépito.
Momentos después, la esquila de la ermita de Santo Domingo principiaba
a tañer, convocando a los fieles a la primera misa. ¡Dulce tañido que llegaba
hasta nuestra cama a sacudirnos, y a darnos los buenos días!
Martes, jueves y sábado de cada semana, ocurría algo extraordinario.
Eran los días en que las diligencias de don Pedro Manzano, al sonido de
los cascabeles de las colleras de sus mulas, el restallido de sus látigos y el
grito gutural de sus aurigas, recorrían las calles capitalinas recogiendo los
pasajeros para el puerto, para Santa Tecla, o Cojutepeque.
Ya en pie el pacífico ciudadano de la urbe en embrión, era el traqueteo
de las carretas las que aturdían las calles. Las carretas que traían de los
zacatales aledaños los manojos de pará, de zacatón, o de leña para las cocinas.
Recuerdo perfectamente a don Rafael Izaguirre, bajito, timboncito,
parado en la esquina de la
Botica Nicbecker, comprando el zacate para su mula, o a don
Jorge Lardé, en el zaguán del Hotel de Europa contando las rajas de leña que el
carretero iba descargando y amontonando en la acera.
¡Las ocho!
Fuera de alguna carreta que cruzara, de algún jinete que pasara
trotando, del chirrido de la rueda de algún carretón de mano en que el
sirviente de una casa llevara la basura de casa a botarla al Castillo, ningún
ruido turbaba la tranquilidad de la ciudad.
Ya en la tarde, empalideciéndose el cielo, venía la hora de prender los
faroles.
Pasaba el farolero, el negro Nico, con su escalerita al hombro y su
encendedor de gas, cuyo escape resonaba como émbolo de tren. Iba prendiendo uno
a uno los faroles, los escasos faroles de cristales empañados que alumbraban
mezquinamente las calles desempedradas y llenas de hoyos.
La ciudad así alumbrada entraba en la tranquilidad nocturna.
Después de la comida, que era la más tardada, a la seis, por las calles
solitarias comenzaban a discurrir unas cuantas medradas sombras. Sombras que al
pasar bajo el reflejo rojizo de los faroles, se precisaban un tanto. Eran los
que se dirigían a la retreta en el Parque Central, sumido en la penumbra de sus viejos naranjos llenos de golondrinas
que defecaban tranquilamente sobre los paseantes, y de sus viejos mameyes
cargados de parásitas. Era el Parque Central un delicioso bosquecillo, con su
kiosko y sus glorietas, fresco y aromoso en medio de la aridez poblana de la
capital.
u La siguanaba es uno de los personajes de
nuestra mitología. Es una especie de justiciera feminista, pues sus
perversidades siempre (o casi siempre) las ejecuta contra los hombres.
Mujeriegos, trasnochadores, borrachos.. en fin, hombres que viven una vida
disoluta encuentran en la siguanaba a una verdugo. Ambrogi no estuvo ajeno a
esta realidad mitológica, y en su relato La Siguanaba nos escenifica una de las tantas andanzas de
la madre del Cipitío.
Resumen de La
Siguanaba. En su macho y con un viento de
lluvia, el tío Hilario regresaba a su vivienda por la noche, más tomado, esta
vez, de lo que le era habitual. Muy asegurado para no caerse, el macho, que muy
bien lo conocía y lo estimaba por los cuidados que le brindaba, lo conducía por
aquellas montañas.
El tío Hilario se
duerme sobre el macho, de manera que éste se esmeraba para evitar su caída, lo
que sería más complicado al llegar a la quebrada de los jutes. Pero algún misterioso arrastre paraba, de
punta, los pelos al macho. Llegan a la quebrada y el tío Hilario despierta,
aún borracho, y no reconoce el lugar. De pronto un miedo comienzo a recorrerlo.
No se lo explicaba, pero sintió que por
todo el cuerpo le corría una comezón nerviosa, y que se le paraba el cabello y
la sangre se le helaba en las venas. ¿Miedo él, quién no lo conocía, que había
pasado mil veces por aquel paraje y por otros peor afamados que éste sin sentir
absolutamente nada? Sin embargo esta vez, sin explicarse el motivo, lo sentía.
Sentía que la cabeza se le hinchaba y los oídos le zumbaban, aturdiéndole.
El pánico también envuelve a la
bestia.
El tío Hilario
recordó que la gente decía que en tal sitio se aparecía la siguanaba. En esa poza la Siguanaba se ponía a
lavar. Decía esa misma gente que no era ropa suya ni de su hijo el Cipitío la
que lavaba, sino que era con sus chiches terrosas y arrugadas, que le caían
flojas, como vejigas desinfladas hasta más abajo del ombligo, con las que
golpeaba contra la superficie de la laja para hacer creer, a los incautos, que
lavaba.
A Magdaleno Urquías se le apareció una vez y salió exclamando: ¡Ave María
Santísimal ¡Jesús mi´ampare! También se le apareció a ño Jerónimo
Chavarriyas, a quien la sigua le dijo: ¡Venga bañémonos ño Jerónimo!
No cabía la menor duda. ¡El tío Hilario, el
hombre de pelo en pecho, se estaba cagando en los calzones!
Entonces una voz
de mujer hueca y fúnebre, le dijo: ¡Señor
Hilario! Lléveme al'arica.
El tío Hilario divisó un bulto negro, que luego se precisó en la forma de un mujer alta y flaca, de una flacura esquelética, que avanzaba agarrándose de los bejucos con las manos huesudas, y con los pies descalzos, venía apartando las carnudas hojas de quequeishque y apachaba con sus plantas los helechos rastreros que tapizaban aquel suelo chagüitoso. Las chiches le colgaban hasta más abajo del ombligo. La cabellera era abundante y completamente canosa, toda alborotada como nido de urraca, le fluía por la espalda como un manto de nieve. Los ojos le brillaban como brasas y la nariz se le curvaba como pico de guara sobre los labios chupados, por entre los que se aparecían, a flor de boca, las jachas amarillentas y puyudas. El cuello, desnudo, era largo y seco, en el que un amago de bocio apuntaba. Sin que el tío Hilario tuviese tiempo de nada, sintió que la Siguanaba, ágilmente, se le subía, de un solo salto, en ancas y se le apercollaba a la espalda. Sintió que se aseguraba, anudando sobre su pecho las manos huesudas y frías, y que las uñas, unas uñas largas y curvas, se le hundían, afiladas, en la piel, arañándole y desangrándole. El aliento de aquella boca apestaba a infierno. El tío Hilario lo sentía caldeándole la nuca. El macho, al sentir aquel peso extraño, saltó, relinchando y salió disparado. Tratando, en sus corcovos, de deshacerse de aquella odiosa carga.
El tío Hilario divisó un bulto negro, que luego se precisó en la forma de un mujer alta y flaca, de una flacura esquelética, que avanzaba agarrándose de los bejucos con las manos huesudas, y con los pies descalzos, venía apartando las carnudas hojas de quequeishque y apachaba con sus plantas los helechos rastreros que tapizaban aquel suelo chagüitoso. Las chiches le colgaban hasta más abajo del ombligo. La cabellera era abundante y completamente canosa, toda alborotada como nido de urraca, le fluía por la espalda como un manto de nieve. Los ojos le brillaban como brasas y la nariz se le curvaba como pico de guara sobre los labios chupados, por entre los que se aparecían, a flor de boca, las jachas amarillentas y puyudas. El cuello, desnudo, era largo y seco, en el que un amago de bocio apuntaba. Sin que el tío Hilario tuviese tiempo de nada, sintió que la Siguanaba, ágilmente, se le subía, de un solo salto, en ancas y se le apercollaba a la espalda. Sintió que se aseguraba, anudando sobre su pecho las manos huesudas y frías, y que las uñas, unas uñas largas y curvas, se le hundían, afiladas, en la piel, arañándole y desangrándole. El aliento de aquella boca apestaba a infierno. El tío Hilario lo sentía caldeándole la nuca. El macho, al sentir aquel peso extraño, saltó, relinchando y salió disparado. Tratando, en sus corcovos, de deshacerse de aquella odiosa carga.
El tío Hilario y su macho emprenden la carrera, mientras la
siguanaba gritaba ¡Upa! ¡Upa!
¡Andele, macho viejo! Al tropezar el macho, Hilario y la Sigua caen al suelo. Esta se
ríe, y el tío pierde el sentido por completo. Por la madrugada, sobre un
zarzal, es encontrado Hilario por unos carreteros. Es el cipote quien lo
descubre. El carretero se baja, pero duda ante el cuerpo y decide marcharse.
Entonces el cipote reconoce el cuerpo:
─ ¡Táta! Venga.
Si'es el tiyo Hilario.
De tres zancadas el
carretero estuvo a su lado.
─ ¿Oué decís?
─ ¡Que's el
tiyo Hilario, el qu'está aquí!
El carretero se
acurrucó, y con la ayuda del muchacho, le dio vuelta al cuerpo. El que estaba
ahí tendido, y al que si no fuese por el resuello que le alzaba el pecho, se le
hubiera creído difunto. Era el propio tío Hilario.
─ ¿Qué le habrá
pasado? -se preguntó el carretero.
Lo
registraron para ver si tenía alguna herida. Solamente la cara presentaba los
rasguños que las zarzas le habían producido al caer, y por entre la camisa
desgarrada veíase la piel del pecho llena de araños, unos araños largos y
entrecruzados como los araños del coyote. El cipote le había puesto la mano en
la frente.
─ Tóquelo, tata.
Está qui'arde.
Ardía. Ardía en
fiebre. Su solo contacto quemaba. Apretados los dientes. Cerrados, con fuerza
de los párpados, como si quisiese, por el gesto, alejar alguna horrorosa
visión. En los labios, congelada, una mueca de espanto.
─ Tiene fiebre.
Ayudame a levantarlo.
Y entre ambos lo
alzaron en vilo, Y lo colocaron, lo mejor que les fue dable, sobre el cuero de
res extendido en la cama de la carreta. El carretero se encaramó de nuevo,
sentándose al lado del tío Hilario, y el cipote, echando mano a la puya,
prosiguió el camino.
3. Del costumbrismo al cuento fantástico.
Se conoce como
literatura costumbrista o regionalista aquella que se forja con
escenas muy particulares de una región, de manera que el lenguaje suele ser muy
particular de la zona, y, por lo mismo, de no muy fácil comprensión para una
persona desvinculada con el contexto social reflejado en la obra. Lo cual no
ocurre con la literatura de tendencia cosmopolita,
que está diseñada para ser entendida por cualquier persona con una cultura
general de regular magnitud.
El cuento costumbrista
es el género de mayor aceptación dentro de la cuentística nacional de
principios del siglo XIX, y se inicia con El encomendero, de Francisco Gavidia, que luego culminará con Cuentos de
barro, de Salarrué; que es una colección de cuentos de
realismo social. Es sin duda el mejor libro de relatos de la primera mitad del
siglo XX. Y es Salarrué quien nos introduce en el cuento fantástico; en ese
cuento que trasluce magia, una magia siempre ligada a la realidad.
4 José María Peralta Lagos, conocido como
T. P. Mechín (seudónimo que es una descomposición de tepemechín, el cual es un
nahualismo que significa pez silvestre), es un escritor
importante en la literatura costumbrista nacional. también. Nació en Nueva San
Salvador en un mes de julio. Comenzó sus estudios de ingeniería civil en la Escuela Politécnica,
para luego continuarlos en España. En este país consigue ingresar a la Academia Militar
de Toledo y después de dos años pasa a la Academia de Ingenieros de Guadalajara, en donde
se gradúa en 1897 como el segundo de su promoción. De regreso en El Salvador,
es nombrado Ingeniero de Gobierno. Luego pasaría a la Escuela Politécnica,
en donde impartió clases de Aritmética, Álgebra, Trigonometría... Siendo
Ministro de Guerra durante la administración del doctor Manuel Enrique Araujo,
el 3 de febrero de 1912 creó la Guardia Nacional. Organizada al estilo de la Guardia Civil
española.
Peralta Lagos escribió
siempre sobre temas nacionales, con estilo picante y muy castizo. Fue muy
crítico con nuestras costumbres sociales y políticas. Conozcamos un cuento de
T. P. Mechín.
Una broma del presidente
Menéndez. El general Menéndez,
con ese certero instinto que suele acompañar al patriotismo, el que a su vez es
fruto de la honradez ingénita, había comprendido que la salvación de la
república estriba en la instrucción del pueblo, y a esta obra meritoria
dedicaba todos sus afanes.
Comprendió
también que siendo el ejército el nervio de la nación –o la nación misma, como
pensaba Napoleón- había que instruirlo empezando por la oficialidad, y fundó la Escuela Politécnica.
Esta fue después su niña bonita. Pero también se interesó Menéndez por las obras de
progreso, por lo que dispuso llevar agua a muchas comunidades. Comenzó la obra
de acueducto, y él estaría presente en la inauguración.
La
nueva cañería se inauguró en la esquina de Bengoa. El agua llegaba allí con una
presión de mil demonios. Se había colocado para dicho acto una válvula con una
manguera.
Era
director de los trabajos el competentísimo y honrado ingeniero don Rafael
Arbizú. El general abrió la válvula, y un chorro estupendo, magnífico, surcó el
aire verticalmente, subiendo a la altura de la cúpula de la catedral, y allá se
deshizo en fina lluvia que todos recibieron regocijados.
▬
¿Y de dónde viene esta agua? ─le preguntó entusiasmado el general Menéndez al
ingeniero Arbizú.
▬
¿Ve usted aquella loma, en lo alto del cerro, donde está aquel coco? Pues allí,
detrasito, están los nacimientos y la presa...
▬
¡Ah, qué gracia! De allí yo también la hubiera traído ─le replicó el presidente
al mismo tiempo que soltaba estrepitosa carcajada...
El
doctor Arbizú entendía mucho de números y de hidráulica, pero no sabía
absolutamente nada de bromas, y se quedó echando chispas. Afortunadamente había
a mano agua en abundancia, y las cosas no pasaron adelante...
4 Salvador Salazar
Arrué, más conocido por su seudónimo Salarrué, nació en
Sonsonate en 1899, y murió en 1975. Es sin duda el narrador de mayor
importancia entre nuestros escritores. Aunque se le reconoce más como escritor,
estudió pintura en su adolescencia, pero no logra desarrollar este arte como
hubiera querido.
Una
novela muy simbólica y poética (escrita en plena madurez de su vida y publicada
un año antes de su muerte, 1974) de Salarrué es Catleya luna. Trata de una alegoría al indio y su
holocausto en 1932. También escribió Salarrué un libro de cuentos al que tituló
O´yarkandal. Es un relato muy extraño, en el que se
refleja la influencia en el autor del esoterismo oriental. Sabido es que
Salarrué practicaba yoga y se desdoblaba.
Otras
obras suyas: Cuentos de
cipotes,
El Cristo negro, El señor de la burbuja, Trasmallo, La espada y otras narraciones, Mundo nomasito (poesía)... Pero sin lugar a dudas que la obra más
leída por los salvadoreños es Cuentos de barro, la cual constituye el
punto de partida de lo que ha dado en llamarse el realismo mágico en las
letras hispanoamericanas. Ya antes que el guatemalteco Miguel Angel Asturias,
que el uruguayo Horacio Quiroga, el brasileño Guimaraes Rosas, Juan Rulfo y
otros, Salarrué había producido sus penetrantes relatos en los que la tierra,
el paisaje y el hombre salvadoreños son captados en una dimensión en que se
funden los ámbitos sin fronteras. Con estos cuentos el autor ahonda en la
naturaleza de los pobres y sufridos trabajadores rurales, y lo hace con una
magnífica descripción que supera el costumbrismo de otros autores.
Cuentos de barro es una colección de
34 cuentos, siendo algunos de los más famosos La
botija,
La honra, La
brusquita, La petaca y El
mistiricuco.
4 La honra. En
este cuento, la protagonista se llama Juana, que tiene un hermano de nueve años
llamado Tacho. Una vez éste escucha que su padre, furioso y con golpes, le dice
a la Juana: ¡Babosa!
¡Habís perdido lonra, que era lúnico que traibas al
mundo! Entonces Tacho, que quería mucho a su hermana, corrió al ojo diagua
a buscar la honra que había perdido la Juana. Encuentra
un fino puñal y se imagina que tal cosa es la honra. Se la lleva al tata para
que ya no le peque a la Juana:
¡Tata! ¡Ei ido al ojo diagua y ei incontrado lonra e la Juana; ya no le pegue, tome!
4 La brusquita. En este cuento, el campesino Polo recoge a una
mujer que unos emborrachados arrojan de un carro. Polo se lleva a la mujer a su
rancho, y ahí la cura. Ya repuesta, mientras conversan, ella le confiesa que es
prostituta: ¿Qué no me mira que soy “brusca”? Pero llega el día de la
separación. Ella le cogió las manos y se las besó; se le atrinquetió
en el pecho, y ligerito, le dio un beso en la cara y se alejó renquiando.
4 La petaca. La protagonista de este cuento es la peche
María. La peche era pálida como la hoja-mariposa, bonita y triste como la
virgen de palo que hace con las manos
el bendito; sus ojos eran como dos grandes lágrimas
congeladas; su boca, como no se había hecho para el beso, no tenía labios, era
una boca para llorar; sobre los hombros cargaba una joroba que terminaba en
punta. Para curarle la petaca, el padre la lleva con un sobador, quien le
pide que se la deje. Serían las doce, cuando el sobador se le arrimó y le
dijo que se desnudara, que liba dar la primera sobadita. Ella no quiso y
lloró más duro. Entonces el indio la trincó a la juerza, tapándole la
boca con la mano y la dobló sobre la cama. El tata llegó a recoger a la
hija, que continuaba igual con su joroba. Pronto se comenzó a notar que le
aumentaba de tamaño el estómago, pero la joroba no bajaba gran cosa. Y la peche
muere de una fiebre antes del parto. Le pusieron una coronita de
siemprevivas. Estaba como en un sueño profundo; y es que ella siempre estuvo un
grado debajo de los suyos; cuando todos estaban riendo, ella sonreía; cuando
todos sonreían, ella estaba seria; cuando todos estaban serios, ella lloraba; y
ahora, que ellos estaban llorando, ella no tuvo más remedio que estar muerta.
4 El mistiricuco. En este cuento Luciano Pereira y Moncho se hallan en
un corral, en cuyo centro hay un gran tronco que se hunde en la tierra como
inmensa pata de gallina. Luciano sube a la cúspide del tronco y descubre en
el profundo hueco del tronco un mistiricuco, un tecolote. Lo atrapa, pero no lo
devuelve a su nido. Será Moncho quien se encargará trágicamente de devolverlo
al nido. Por fin pudo llegar al hoyo; desató el lío y dejó el pájaro en el
fondo. Cuando iba a descender, oyó el graznido trágico del mistiricuco; y
recordó al momento que “cuando el tecolote canta el indio muere”. Empezó a
bajar con miedo. Se dio cuenta de lo mal que había enganchado la persoga. Cerró
los ojos. Cayo... Don Macario dirá: Traye la suerte y traye
la muerte. Tal vez la suerte es una muerte; tal vez la muerte es una suerte.
u El cuento La botija trata de un hombre holgazán que luego de
escuchar sobre la existencia de las botijas, se vuelve el más trabajador de
todos. En El circo aparece la curiosidad de un par de chicos
ansiosos por descubrir qué esconden los circos en su interior, atrevimiento que
les granjea buenas nalgadas. Aquí transcribimos íntegramente estos cuentos.
La
botija. José Pashaca era un cuerpo tirado en un cuero; el cuero era un cuero
tirado en un rancho; el rancho era un rancho tirado en la ladera.
Petrona Pulunto era la nana de aquella
boca:
▬ ¡Hijo: abrí los ojos, ya hasta la color de que los tenés se me olvidó!
José Pashaca pujaba, y a lo mucho encogía la pata.
▬ ¿Qué quiere mama?
▬ ¡Qués nicesario que tioficiés en algo, yastás indio entero!
▬ ¡Agüén!...
Algo se regeneró el holgazán:
de dormir pasó a estar triste, bostezando.
Un día entró Ulogio Isho con un cuenterete.
Era un como sapo de piedra, que se había hallado arando. Tenía el sapo un
collar de pelotitas y tres hoyos: uno en la cabeza y dos en los ojos.
▬ ¡Qué feyo este baboso! ―
llegó diciendo. Se carcajeaba ―; ¡es meramente el tuerto Cande!...
Y lo dejó para que jugaran los cipotes de la María Elena.
Pero a los dos días llegó el anciano
Bashuto, y en viendo el sapo dijo:
▬ Estas cositas son obras denantes, de los agüelos de nosotros. En las
aradas se incuentran catizumbadas. También se hallan botijas
llenas dioro.
José Pashaca se dignó arrugar el
pellejo que tenía entre los ojos, allí donde los demás llevan la frente.
▬ ¿Cómo es eso, ño Bashuto?
Bashuto se desprendió del puro, y tiró por un lado una escupida grande
como un caite, y así sonora.
▬ Cuestiones de la suerte, hombré. Vos vas arando y ¡plosh!, de repente pegás en la huaca, y yastuvo; tiacés de plata.
▬ ¡Achís!, ¿en veras, ño Bashuto?
▬ ¡Comolóis!
Bashuto se
prendió al puro con toda la fuerza de sus arrugas, y se fue en humo. Enseguiditas contó mil hallazgos de botijas, todos los cuales él “bía prisenciado con estos
ojos”. Cuando se fue, se fue sin darse cuenta de que, de lo dicho, dejaba las
cáscaras.
Como en esos días se murió la Petrona Pulunto, José levantó la boca y la llevó
caminando por la vecindad, sin resultados nutritivos. Comió majonchos robados,
y se decidió a buscar botijas. Para ello, se puso a la cola de un arado y
empujó. Tras la reja iban arando sus ojos. Y así fue como José Pashaca llegó a
ser el indio más holgazán y a la vez el más laborioso de todos los del lugar.
Trabajaba sin trabajar ─por lo menos sin darse cuenta─ y trabajaba tanto, que las horas coloradas lo hallaban siempre,
sudoroso, con la mano en la mancera y los ojos en el surco.
Piojo de las lomas, caspeaba ávido la tierra negra, siempre mirando al
suelo con tanta atención, que parecía como si entre los borbollos de tierra
hubiera ido dejando sembrada el alma. Pa que nacieran perezas; porque eso sí, Pashaca se sabía el
indio más sin oficio del valle. El no trabajaba. El buscaba las botijas llenas
de bambas doradas, que hacen “¡plocosh!” cuando la reja las topa, y vomitan
plata y oro, como el agua del charco cuando el sol comienza a ispiar detrás de lo del ductor Martínez, que son los llanos que topan al cielo.
Tan grande como él
se hacía, así se hacía de grande su obsesión. La ambición más que el hambre, le
había parado del cuero y lo había empujado a las laderas de los cerros, donde
aró, aró, desde la gritería de los gallos que se tragan las estrellas, hasta la
hora en que el guas ronco y lúgubre, parado en los ganchos de la ceiba, puya el
silencio con los gritos destemplados.
Pashaca se peleaba las lomas. El
patrón, que se asombraba del milagro que hiciera de José el más laborioso
colono, dábale con gusto y sin medida luengas tierras, que el indio soñador de
tesoros rascaba con el ojo presto a dar aviso en el corazón, para que éste
cayera sobre la botija como un trapo de amor y ocultamiento. Y Pashaca
sembraba, por fuerza, porque el patrón exigía los censos. Por fuerza también
tenía Pashaca que cosechar, y por fuerza que cobrar el grano abundante de su
cosecha, cuyo producto iba guardando despreocupadamente en un hoyo del rancho,
por si acaso.
Ninguno de los colonos se sentía
con hígado suficiente para llevar a cabo una labor como la de José, “Es el
hombre del jierro”, decían; “ende que le entró a saber qué, se propuso hacer pisto. Ya
tendrá una buena huaca...”
Pero José Pashaca no se daba
cuenta de que, en realidad, tenía huaca. Lo que él buscaba sin desmayo era una
botija, y siendo como se decía que las enterraban en las aradas, allí por
fuerza la incontraría tarde o temprano.
Se había hecho no sólo
trabajador, al ver de los vecinos, sino hasta generoso. En cuanto tenía un día
de no poder arar, por no tener tierra cedida, les ayudaba a los otros, los
mandaba descansar y se quedaba arando por ellos. Y lo hacía bien: los surcos de
su reja iban siempre bien pegaditos, chachados y projundos, que daban gusto.
▬ ¡Onde te metés, babosada! ─pensaba el indio sin darse por vencido─ :y tei de topar, aunque no querrás, así mihaya de tronchar en los surcos.
Y así fue, no lo del encuentro,
sino lo de la tronchada.
Un día, a la hora en que se verdeya el cielo y en que los ríos se hacen rayas blancas en los llanos, José Pashaca se dio
cuenta de que ya no había botijas. Se lo avisó un desmayo con calentura; se
dobló en la mancera; los bueyes se fueron parando, como si la reja se hubiera
enredado en el raizal de la sombra. Los hallaron negros, contra el cielo claro,
“voltiando a ver al indio embruecado, y resollando el viento oscuro”.
José Pashaca se puso malo. No
quiso que nadie lo cuidara. “Dende que bía finado la
Petrona, vivían íngrimo en su rancho”.
Una noche, haciendo juerzas de tripas, salió sigiloso llevando en su cántaro viejo
su huaca. Se agachaba detrás de los matochos cuando oiba ruidos, y así se estuvo haciendo un hoyo con la cuma. Se
quejaba a ratos, rendido, pero luego seguía con brío su tarea. Metió en el hoyo
el cántaro, lo tapó bien tapado, borró todo rastro de tierra removida y alzando
sus brazos de bejuco hacia las estrellas, dejó ir liadas en un suspiro estas
palabras:
▬ “Vaya: para que no se
diga que ya nuai botijas en las
aradas!...
El
circo. Se azuló la noche.
En medio del solar oscuro, el circo era como una luna desinflada. Parecía la chiche de la noche, onde mama luz el cielo,
un chilguete manchaba de norte a sur el espacio y las gotitas zarpiaban el horizonte hasta
la oriya del mundo.
Mito y Lencho, los dos hermanitos, miraban asombrados, por un juraco,
cómo aquel siñor que le decían Irineyo Molina, se bía hecho payaso un dos por tres. Taba sentado en un
cajón jumándose un puro, y con cara enojosa de hombre. Por el hoyito se véiya bien que le daba la luz de un carburo en la cara
chelosa de harina. Abajo, junto a la goliya plisada, asomaba
el cuello prieto de su propio cuero. Más allá, el negro Jackson sembraba una
estaca, con una almágana. A cada golpe de juelgo, la estaca se hundía un jeme. Recostado en unos lazos, templados como
cuerdas de violón, estaba un volatín.
-Apartate,
baboso.
-Perate, quiero
ver.
-Te vuá
zampar una ganchada, Chajazo.
-¡AchísI, sólo vos querés mirar.
-A yo no mián dejado...
-¡Baboso, baboso,
ayí
entró una piernuda vestidedorado. Sestá componiendo la atadera.
La cipotada ondeó, como un
tumbo de carne; reventó en empujones y se vació sobre la carpa, derrumbando al
lado diadentro un rimero de
sillas. Se oyeron voces de hombre, furibundas, y pasos amenazadores. La cipotada se dispersó a la
carrera, haciendo sonar con sus talones la panza de tambor del descampado, se
confundió entre el güevaso e gente silbando y riendo. Un sapurruco en camiseta, con
unos grandes gatos que parecían de madera; salió encachimbado por debajo de la lona, con
un acial en la mano. Llegó hasta el andén, mirando de riojo; escupió un salivazo con tabaco, y se metió
otragüelta por debajo. Dos o
tres chiflidos le condecoraron el fundiyo. El humo de los candiles y de los puestos de pupuseras ponía llanto en
los ojos de aquella alegría. La manteca, ricién echada en las sartenas de las pasteleras, se oiba escandalosa, como
cuando meya el tren. Las
garrafas, en los mostradores de los chinamos, parecían jícamas de
vidrio, que se bieran convertido en cocos. El guaro clarito temblaba
adentro y dejaba descurrir su tufito embolón.
Las
gentes iban entrando, guasonas, al circo. Daban su tiquete y levantaban la cortinenca de añididos, onde había unas letras
que naide entendía, porque naide leyiya en el pueblo.
Una
bandita descosida empezó a sonarse, allí dentro, debajo diaquel gran pañuelo. La buyanga sizo mayor, y las gentes empezaron a codearse por entrar a coger puesto.
Por
tercera vez sonó la campanilla; aquella campanilla que daba güeltegatos de plata en la aljombra de la ansiedad. Un
silencio profundo se agachaba, cargado de corazones, como una rama de mango. De
una patada se abrió el telón de los secretos; una pelota de colores vino
rodando hasta el centro del picadero, y, con un grito de sollozo burlón, el
payaso se irguió amelcochado, bonete en mano, con algo de piñata y algo de
barrilete. De golpe se descolgó, en el redondel, la cortina de tablitas del
aplauso.
Vestidos a medias y de medias, los volatines y volatinas, en escuadrón,
avanzaron marciales, con los brazos cruzados sobre el pecho y sonriendo con
sonrisa postiza. Detrás, en dos caballencos ahumados como los del carrusel, que llevaban colas de gallo en la
frente, venían las masonas, vestidas de espumesapo y sentadas, con una nalga, en el mero chunchucuyo de los caballos. Cerrando chorizo, iba un chele vestido dentierro, con un chiliyo bien largo; y un viejo
bigotudo, jalándole las narices a un pobre oso medio bolo. Más detrás iban los guachis, con cotones de
colores llenos de chacaleles.
La música sonaba, toda ella, chueca y destemplada, como mocuechumpe.
En
aquel pueblo de niños, sólo los cipotes se bian quedado ajuera. Ispiaban por onde podían, subiéndose
algunos hasta las puntas de los cercanos jocotes, contentándose con ver el
bailoteo de uno quiotro trapo de color, o
el relámpago misterioso de las lentejuelas en las mecidas de los trapecios.
Los
niños ajuera, los grandes
adentro… El circo era como la felicidá, que se la cogen aquellos que menos la quieren. Los cipotes se conjormaban viendo la alegriya luminosa, por un hoyito,
entre tablas y piernas oscuras. Mito y Lencho, los dos hermanitos, se bían retirado dionde bían miradores, porque les taban rompiendo toda la camisa. Sin embargo, cada
granizada de aplausos los empujaba de nuevo a la carpa. De chiripa se hallaron un juraquito bajero, que los
otros no bían incontrado. Con el dedito inano lo jueron haciendo más
grande, y miraban por turnos.
Cuando más extasiados estaban, mirando, mitá y mitá que la piernuda
caminaba sobre el alambre como sobre el viento, un guachi, con una tablita, los cogió de culumbrón, soñadores e
indefensos. Les dio con todas sus juerzas, el bandido jalacolchones; y ellos, dando alaridos, salieron corriendo y sobándose la nalga,
ardida como con plancha caliente. Fueron a contarle a la mama; y la mama, cogiéndolos debajo de sus alas desplumadas, maldijo al
miserable:
-¡Disgraciado, quiá de
pagarlas un diya en los injiernos!
Lencho rumió, en su corazón
de niño perdonero, aquella frase; y, tras un rato de silencio, preguntó:
-Mama,
¿yen el injierno habrán hoyitos para mirar lo
que andan haciendo en el cielo? ...
4. La poesía.
De
todos los géneros, es la poesía la de mayor empuje en El Salvador. Miguel
Alvarez Castro (1795-1856) puede ser señalado como el iniciador; mientras que
Francisco Díaz (1812-1845) como el primer poeta de relieve. En esta sección
leeremos a tres grandes poetas: Raúl Contreras, Alfredo Espino y Claudia Lars.
4 Raúl Contreras. Este poeta, diplomático de carrera, nació en Cojutepeque en 1896 y
murió en1974. Más que por su verdadero nombre, es conocido por Lidia Nogales.
Incluso muchos ignoraron que Lidia Nogales era el seudónimo de un hombre. Alguien
escribió: Lidia
Nogales, la máxima revelación literaria de 1947 y una de las poetisas de estro
más rico y fecundo en la historia espiritual del nuevo mundo.
|
SOÑANDO SIN SOÑAR.
Este es mi hueco largo, mi reposo
ganado al tiempo. Mi rincón austero
donde, soñando sin soñar, espero...
Costra de sal donde mi línea poso.
¿Quién trajo hasta mi arrimo el don piadoso
de una ventana que no se abre? Quiero
guardar la lejanía de un lucero
aquí, junto a mi musgo silencioso.
La lluvia, no. Las algas que me crecen
en los brazos tendidos, humedecen
este reposo de mi hueco largo.
La lumbre a mí. Que si soñé despierta,
dormida sueño una ventana abierta.
¡Aleluya! ¡Aleluya! Y sin embargo...
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La dulce cárcel: la de ayer: la mía...
Arco de ensueños, jaula de colores,
mundo perdido en mundos interiores
donde jugaba con mi sombra el día.
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Lejos mi voz. Pero otra voz levanta
un azul de presencia... ¿Qué sonido
se filtra, tierra adentro, en mi garganta?
4 Alfredo Espino. Alfredo Espino nació en
Ahuachapán en 1900, para morir pocos años después: en 1928. Es sin duda el
poeta más leído por los salvadoreños, y es que su poesía está impregnada de una
ternura angelical. De él dijo Masferrer que era una lira
hecha hombre; mientras que
Cristóbal Humberto Ibarra dijo que era un hombre
hecho lira.
En Jícaras tristes se halla su contenido poético. De este libro dice
Italo López Vallecillos: Los 96 poemas de Jícaras tristes se salvan
del fuego crítico por la emoción desnuda del joven poeta. Su lirismo se recrea
en la “indiana musa” y el amor se traslada, en sencillos madrigales, romances,
letrillas y sonetos, a las cosas rurales.
De acuerdo con lo que se especula, Alfredo Espino se
ahorcó, tomó pastillas o durante una de sus tantas crisis alcohólicas y
depresivas se suicidó. El misterio de la muerte queda para la leyenda, pero
queda la extraña belleza de sus poemas. Tenía 28 años cuando murió. Su padre
Alfonso Espino, profesor y poeta, recogió amorosamente los escritos de su hijo
en un tomo de poemas que se publicaron en 1932, en el periódico “Reforma
Social”.
u Poemas de Alfredo Espino
EL NIDO.
Es porque un pajarito de la montaña ha hecho,
en el hueco de un árbol su nido matinal,
que el árbol amanece con música en el pecho,
como que si tuviera corazón musical...
Si el dulce pajarito por entre el hueco asoma,
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido, cantando, el corazón.
BAJO EL TAMARINDO.
El viejo tamarindo... Debajo, la carreta
descansando a la sombra del árbol protector,
y el boyero que sueña con sus horas de amor
en la fuga tranquila
de otra tarde más quieta,,,
El cansado boyero tiene alma de poeta,
y es por eso que evoca, con tristeza o dolor
de los blondos maizales el pausado rumor
y los montes lejanos, y el celaje violeta...
Pobre, triste boyero, que sueña en el regreso
a su humilde vivienda, donde le aguarda el beso
de unos labios que saben a miel de colmenar...
Se ha quedado soñando con sus montes lejanos,
y ha cruzado en el pecho sus dos trémulas manos
al oír en la iglesia las campanas llorar.
CIELO ENTRE RAMAS.
|
La media tarde es ingrata;
tiene sueño la arboleda,
y un pajarito de seda
sus besos de amor desata...
vuelan sobre las barrancas
dos alas de armiño agrario:
son como tus manos blancas
cuando rezas el rosario...
TARDECITAS
|
hebra de sol se cuela
entre ramas, y vuela
un pájaro en la lluvia...
Caen frutas maduras;
es decir, llueve miel.
¡Quién tuviera un pincel,
tardecitas oscuras!
|
Yo no sé qué gracias sugestionadoras
tienen estos pueblos de casitas blancas,
llenos de arboledas, llenos de barrancas
y muchachas frescas y madrugadoras...
Quietos pueblecitos, donde la campana
de la vieja iglesia canta de alegría
cuando tras las cumbres de la serranía,
llena de rubores ríe la mañana...
Yo no sé qué gracias llenas de candores
tienen estos pueblos plácidos y quietos
donde las abuelas duermen a sus nietos
dentro las hamacas de los corredores...
LAS MANOS
DE MI MADRE
|
Manos
las de mi madre, tan acariciadoras,
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras...
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las
tan de seda, tan de ella, blancas y bienhechoras...
¡Sólo ellas son las santas, sólo ellas son las
que aman,
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades...
las que todo prodigan y nada me reclaman!
¡Las que por aliviarme de dudas y querellas,
me sacan las espinas y se las clavan ellas!
Para el ardor ingrato de recónditas penas,
no hay como la frescura de esas dos azucenas.
¡Ellas cuando la vida deja mis flores mustias
son dos milagros blancos apaciguando angustias!
Y cuando del destino me acosan las maldades,
son dos alas de paz sobre mis tempestades...
4 Claudia Lars.
Esta escritora, cuyo nombre
verdadero es Carmen Brannon Vega, nació en Sonsonate en 1899 y murió en 1974.
Es considerada la poetisa salvadoreña más importante de todos los tiempos. Su
padre, Peter Patrick Brannon, era de origen irlandés-norteamericano. La
infancia de Claudia Lars transcurrió en la finca Las tres ceibas,
allá en Sonsonate. Como otros muchos escritores, en 1944 Claudia Lars abandona
el país y parte hacia los Estrados Unidos. Trabaja en una fábrica de galletas,
por lo que no tenía tiempo para poemas.
Son obras poéticas de Claudia Lars: Estrellas en el pozo, Canción redonda, La casa de vidrio, Romances de
norte y sur, Sonetos, Ciudad bajo mi voz, Donde llegan los pasos, Escuela de
pájaros, Girasol...
En el libro Estrellas en el pozo hay un poema con el mismo título. Conozcamos
este poema.
ESTRELLAS
EN EL POZO.
|
fue cavando en mi propio corazón,
brotó un verano al fin. Tal la escondida
fuente de donde surge mi canción.
Jirón de altura que la entraña esconde.
Abismo en que me abismo. Ojo al vacío.
Complicación de luz y sombra, en donde
urde el miedo ancestral su calofrío.
Nido de inmensidad en el que flota
mi dolor, y al ajeno da cabida.
Profundo espejo cuya luna rota
copia todas las fases de la vida.
Avizora clavé mirada inquieta
y me di a descubrir, puesta en acecho,
la causa justa, la razón secreta
del eterno llorar que escurre el pecho.
Al brocal asomada noche y día,
bajo el látigo negro de los vientos,
el oído estirado percibía
rumor interminable de lamentos.
Lamentos que venían del pasado,
trenzados en cadenas de amargura:
todo el dolor antiguo concentrado
en atávico signo que perdura.
Lengua.
Objetivo:
Que el alumno o la alumna pueda: afianzar y ampliar el
conocimiento sobre la estructura de las oraciones compuestas por proposiciones
subordinadas adjetivas.
La oración compleja: proposiciones subordinadas
adjetivas.
En una oración compleja, la proposición subordinada puede desempeñar la
función propia del adjetivo. Se le llama proposición subordinada adjetiva o de
relativo por que es introducida por un pronombre relativo: que, cual, cuales, quien, quienes, cuyo, cuya...
Recordemos que los adjetivos sirven de complemento a un nombre: el
caballo blanco, la gata negra...
En las oraciones
complejas siguientes, la proposición subordinada desempeña la función de
adjetivo.
Las personas que trabajan mucho viven
tranquilas
Sujeto predicado verbal
En la oración anterior, la expresión que trabajan mucho equivale al
adjetivo trabajadoras.
El muchacho que baila bastante necesita
beber agua
Sujeto predicado verbal
En la anterior oración la
expresión que
baila bastante equivale al adjetivo bailador.
Debemos
tener cuidado de no utilizar el pronombre relativo que como conjunción. Cuando que actúa como pronombre, puede ser sustituido por el cual, la cual, las cuales... Pero cuando actúa como
conjunción, tal sustitución no es posible.
En los
casos siguientes que es una conjunción:
Le conté que viajaría
al sur. Estaba seguro que
volvería.
Me dijo que le
entregara el dinero. Regresó para que
lo curara.
@ Práctica. En cada oración
escribe el adjetivo.
La niña que pinta se divierte mucho _______________
Las mujeres que investigan encuentran la
verdad ___________
El niño que estudia mucho aprueba los
exámenes ___________
La madre que protege no se lamenta ___________
Las niñas que tienen catarro no viajarán en
bus ___________
Los conejos que corren bastante no serán devorados ___________
Expresión.
Objetivos:
Que el alumno o la alumna pueda:
1. Desarrollar una actitud crítica ante los
programas televisivos
2. Reforzar sus conocimientos de las normas
ortográficas y valorarlas como elementos que facilitan la comunicación.
Contenidos:
1. La
televisión.
2. Ortografía.
1. La televisión.
La televisión es
la transmisión instantánea de imágenes, tales como fotos o escenas, fijas o en
movimiento, por medios electrónicos a través de líneas de transmisión
eléctricas o radiación electromagnética. Mediante este adelanto tecnológico
podemos enterarnos de lo que ocurre en cualquier parte del mundo en el mismo
instante en que ocurre.
Hace algunas
décadas, poseer un televisor era signo de cierta holgura económica. En nuestros
días todo ha cambiado, y podemos encontrar un aparato de televisión incluso en
las casas más pobres. ¿Es esto beneficioso o no? Todo depende del uso que se le
dé.
Principal función de la televisión: entretener. No cabe duda que quien
está frente a la televisión lo hace, casi siempre, con el objetivo de entretenerse.
Pero podemos entretenernos a la vez que nos informamos o adquirimos
conocimientos. Es aquí donde se hace necesario saber seleccionar los programas
televisivos. Y esto se vuelve urgente con los niños, pues ellos, dada su
preparación, no están en condiciones de seleccionar aquellos programas que
resulten beneficiosos para su formación personal.
La televisión y la violencia. La violencia se ha
convertido en el ingrediente principal de los programas televisivos. Desde la
violencia verbal hasta aquel tipo de violencia grotesca en que mueren decenas
de individuos en un segundo, es posible observar al encender la televisión.
Desafortunadamente,
son los niños los más impactados por estos tipos de programas. Principalmente
porque a su edad carecen de la madurez necesaria para asimilar todas las
expresiones de violencia que vemos correr por la pantalla televisiva. Esto
demanda un control sobre la programación televisiva, lo cual no resulta una
tarea fácil ya que, dadas las demandas del mundo moderno, es muy frecuente que
los niños permanezcan solos en casa, libres para ver el programa que más les
plazca.
Debemos controlar
en la medida de lo posible la programación que ven nuestros hijos, es bueno
para su salud mental.
La televisión y la pornografía. Otro elemento muy
común, y que resulta altamente llamativo para la niñez, es la pornografía.
Tanto en las películas como en la propaganda comercial, la pornografía se halla
siempre presente como un elemento para llamar la atención. De nuevo se hace
necesario controlar el tipo de programa que ven nuestros niños, pues es su
salud mental la que está en juego.
Por
supuesto que el control de la programación televisiva que verán nuestros niños
no es único interés de los padres de familia. En esto debe contribuir decididamente
el Estado. Un control estatal eficaz, con las regulaciones de horarios y
programas, urge en países como los nuestros en los que los desórdenes sociales
son muchas veces el resultado de una mala educación de la niñez.
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Como
puede apreciarse, es posible educarnos por medio de la televisión. Es hora ya
de cambiar lo malo por lo bueno. Cambiemos nuestros malos hábitos ante la
televisión y elijamos aquellos programas que nutren nuestra mente y, por lo
mismo, son capaces de ir forjando en nosotros un ser humano de provecho para la
sociedad.
2. Ortografía.
Uso de la b. La b
se usa en los casos siguientes:
Cuando después de la b sigue una consonante: blasfemia, bronce,
objeto, observar, súbdito…
En las terminaciones aba, abas, ábamos, abais,
aban del pretérito imperfecto del indicativo de la primera conjugación:
compraba, entrabas, levantábamos, cantabais, cantaban…
En todas las
formas de los verbos terminados en bir, buir, aber: subir,
atribuir, saber…
Excepciones: los verbos hervir, servir, vivir, y sus derivados y
compuestos.
Antes de la u:
abusar, rebuscar, buitre, burla, …
Excepciones: vuestro, válvula, párvulo, vuelco, vuelo, vulgo, vuelto.
En las palabras
que empiezan por bi, bis, biz, bene, bien, bio,
bibl: bimensual, bisabuelo, benévolo, biólogo,
biblioteca, bienvenida…
Excepciones: Viena, viento, viene, vientre, vitamina.
En las palabras
que terminan en bil, ble, bilidad, bundo, bunda:
hábil, posible, contabilidad, meditabundo, moribunda…
Excepciones: civil, móvil, y sus compuestos y derivados.
En las palabras
que empiezan con al y ar: albañil, albergue, árbol,
árbitro…
Excepciones:
Alvaro, alvéolo, arvejo.
Uso de
la V. La v se usa en los casos siguientes:
Después de n: envoltorio, envío, invitación,
convento…
Después de ad,
di, ob sub: advertencia, divergente, obvio,
subversivo…
Excepciones: dibujo y sus compuestos y derivados.
En las palabras
que empiezan con eva, eve, evi y evo: evasión,
evento, evidente, evolución…
Excepciones: ébano y sus derivados; ebonita, ebionita.
En los adjetivos
terminados en avo/ava, evo/eva, ivo/iva,
ave, eve e ive: octavo, nuevo, negativa,
suave, leve, proclive…
Excepción: árabe y sus derivados y compuestos.
En las palabras
terminadas en viro, vira, ívoro e ívora: carnívoro,
…
Excepción: víbora.
En todas las
formas de los verbos terminados en ervar, ivar, olver y over:
conservar, volver, llover…
Uso de la C. La c se usa en los casos
siguientes:
En las terminaciones encia,
ancia, icia, icie, icio: conciencia, experiencia,
ignorancia, inicia, inicie, inicio…
Excepciones: Hortensia, ansia, alisio.
En las terminaciones cir,
ducir, cer (de los verbos): lucir, conducir, conocer,
hacer…
Excepciones: asir, ser, coser, toser.
En las formaciones de
plurales cuyos singulares terminan en z: narices, lápices…
Uso de la
S. La s se
usa en los casos siguientes:
Las palabras que terminan en ulsión: emulsión, expulsión, convulsión.
En la terminación ísimo de los adjetivos en grado
superlativo: malísimo, grandísimo, buenísimo...
En la terminación sivo
de los adjetivos: excesivo, pasivo, expansivo...
Excepciones: nocivo, lascivo.
En las terminaciones verbales ase, ese: llamase,
procurase, apartase, oyese, viniese...
En la terminación ense de los gentilicios: canadiense,
pariciense...
En las palabras que
empiezan con seg y sig: segundo, signo...
Excepciones: cigarro, cegesimal, cigüeña, cegato.
Delante de b, d, f, g,
l, m, q: asma, aislar, esfinge...
Excepción: diezmo.
Después de n
y b: conseguir, abstención...
Excepciones:
doncella, obcecar.
Uso de la Z. La z se usa en los casos siguientes:
En la terminación anza:
esperanza, confianza, panza...
Excepciones: gansa,
mansa, descansa.
En las
terminaciones az, ez, iz, oz de los nombres
patronímicos: Diaz, Perez, Ortiz, Albornoz...
Uso de H intercalada. La H
se usa en forma intercalada en casos de homófonos como los siguientes: ahijado,
alharma, alheñar, alhoja, aprehender, azahar, cohorte, duho, búho, rehusar,
zahina.
También se usa h
intercalada en las palabras que empiezan por za o por mo seguidas
de vocal: zaherir, zahón, moho.
Excepciones:
zaino, moabita, moaré y Moisés.